Astrología, sí, pero ¿qué es?
- Matías Salomón
- Sep 30, 2020
- 9 min read
Updated: Aug 20, 2021
Sí, la astrología trabaja con la imagen de un cielo que dejó de ser real hace unos 2000 años.
Sí, la astrología llama al Sol y a la Luna planetas.
Y sí, la astrología piensa que los que se mueven son los planetas y no la Tierra.
Y no, la astrología no es ciencia, no es una cuestión de fe, ni una creencia.
Mucho menos una forma de adivinación.
¿Qué es, entonces, la astrología?

Partamos de la idea de que toda la diversidad con que el Universo se nos aparece frente a nosotros/as, en verdad comparte mucho más de lo que suponemos, a tal punto que el sentido de las experiencias individuales y colectivas sobre la Tierra es simbolizado por la posición y el movimiento de los planetas en el Cielo. Desde aquí, la primera precisión que podemos dar para encaminarnos es decir que la astrología es una disciplina que nos permite extraer significado de correspondencias entre el Cielo y la Tierra.
Es muy habitual recurrir a la sentencia atribuida a un personaje mítico conocido como Hermes Trismegisto para decir esto con menos palabras:
«Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para consumar el milagro de la Unidad.»
La frase se encuentra en un breve texto alquímico llamado la Tabla Esmeralda (que, dicho sea de paso, se asemeja sugerentemente en su estilo a las coplas de Lao Tse en el Tao Te Ching) y encierra la esencia de la astrología. Por lo general, queda reducida a «Como es arriba es abajo» pero por mucho que se recorte, es importante recordar que esta Unidad subyacente también debe comprenderse en términos de la fórmula:
«Como es adentro es afuera/Como es afuera es adentro.»
Nuestro mundo espiritual tiene una correspondencia en el mundo material. Encontramos nuestra realidad sembrada de las mismas flores y/o malezas y poblada por las mismas criaturas feroces y/o amigables que habitan nuestra interioridad. No hay excepciones.
La visión astrológica, queda dicho, es la de que todo lo que nos hace humanos está presente a la vez que dentro, tambíen fuera de cada uno de nosotros. De esta forma nos vincula como pequeños todos y a un Todo mayor: el Universo, o el Cosmos, como le llamaron los griegos. Cosmos entre sus posibles acepciones puede traducirse como «orden bello». En este sentido, la astrología es un lenguaje de las energías actuantes en él (y al decir él también decimos nosotros) que nos habilita a entender fuerzas y funciones básicas en todo, pautas que estructuran la experiencia individual y colectiva señalando un orden camuflado en el caos aparente. Precisamente por esto es una práctica que aporta un marco de referencia para la experiencia humana que realizamos sobre la Tierra. Energía actuante no debe entenderse como si estuviéramos atravesados por rayos planetarios en los cuales debamos creer, sino en el sentido más general que sea posible darle a la palabra: la misterioza fuente que anima todo lo viviente.
Con lo mencionado hasta ahora podemos proponer lo siguiente: la práctica astrológica es una forma de interpretar la realidad, pensándola como un juego de espejos que reflejan la Totalidad, la Unidad más allá del arriba-abajo-adentro-afuera.
Pero podemos y es necesario profundizar más en otros aspectos que la caracterizan.
Otra cualidad de la astrología es que se trata de un lenguaje simbólico.
¿En qué difiere un lenguaje simbólico del lenguaje natural?
En que no emplea un sistema de palabras, sino de símbolos.
El lenguaje de palabras con el que nos comunicamos habitualmente, el lenguaje natural, al que de natural le queda poco, es una herramienta eficaz para gestionar en la cotidianeidad los intercambios que realizamos con quienes forman parte de nuestra realidad y para dialogar con nosotros mismos; para pensar y pensarnos. Diseccionando el fenómeno de la comunicación, cada palabra que pronunciamos es una combinación específica de sonidos con significado; a su vez, cada una, agrupándose en una oración con otras nos permite expresar nuestro mundo interno y describir el mundo externo. En el nivel de la palabra, entonces, podemos nombrar «cosas» -concretas y abstractas- y apelando a un común acuerdo implícito con nuestro/a interlocutor/a presumir el entendimiento mutuo.
Visto desde este ángulo, el lenguaje es una herramienta maravillosa. Nos permite comunicarnos con otros/as, significar e intercambiar opiniones, ideas, información y experiencias con asombrosa precisión. También conceptualizar. Nadie puede entender que toco la guitarra cuando digo que «Toco el bansuri» aun cuando la persona con la que estoy conversando jamás haya visto uno. En todo caso preguntará «¿qué es eso?» y a partir de ese momento sabrá que es una especie de flauta japonesa. Es más, de allí en adelante tendrá la imagen de un bansuri aunque nunca en su vida vea uno. Si algún día visitara Japón y un bansuri cruzara su camino, la información con la que cuenta quizás hasta le baste para reconocerlo.
Pero no solo de conceptos viven ni el hombre ni la mujer. Existen aspectos trascendentes de nuestra realidad interna/externa que no pueden ser atrapados por las palabras que conforman nuestro lenguaje habitual. Aunque en los párrafos anteriores lo hayamos mimado tanto, nuestro lenguaje no basta. No podemos (ni debemos) conformarnos con la palabra. Para llegar a referirnos a estos aspectos trascendentes necesitamos valernos de símbolos, los cuales fungen como una especie de puente entre lo que no tiene palabras y las que ofrece nuestro lenguaje.
Simbolizar es una habilidad humana complementaria de nuestra capacidad de emplear palabras, desarrollada para tratar con un orden generalmente inasible mediante estas. El lenguaje natural nos limita en el «espectro» de asuntos a los que podemos aludir con él. Mientras que el lenguaje se circunscribe a una relación semántica entre las palabras y las cosas en el contexto de un idioma determinado, el alcance del símbolo es universal. No se encuentra limitado por esa rígida relación de significación.
Ahora bien, si bien símbolos hay muchísimos y de toda clase, sistemas simbólicos no hay tantos; la astrología es uno de ellos. Si recurrimos a un sistema simbólico podemos ampliarlo coherentemente, sosteniendo la visión de conjunto.
Para dar una imagen, es como si nuestro lenguaje fuera una red de pesca y ciertos hechos o sensaciones a los que queremos referirnos se escurrieran por su entramado sin que podamos expresarlas o encontrarles sentido. El sentido es como el krill del océano, esos diminutos crustáceos del tamaño de un clip que conforman la dieta base de las ballenas y atraviesan las redes sin ser atrapados. La astrología y otros lenguajes simbólicos (el Tarot, el I-Ching, las Runas, el Árbol Sefirótico de la Kabbalah) son como las ballenas: además de valorarlo como fuente de alimento (al krill-sentido) cuentan con las barbas unas, con sus sistemas de símbolos los otros para poder capturarlo.
La Carta Natal en su conjunto es un símbolo, un símbolo conformado por tres niveles simbólicos análogos: Signos, Planetas y Casas. Es un sistema de símbolos que consta de tres capas que interactúan entre sí. Sistema simbólico significa para nosotros que los elementos que inervan, dan vida, a una Carta Natal establecen relaciones entre sí (Sagitario en el Ascendente, Sol en Piscis, Luna conjunción Mercurio); nunca actúan aisladamente.
En un primer momento, el símbolo nos exime de emplear palabras pero, casi irremediablemente, tarde o temprano debemos traducirlos. La interfaz del símbolo tarde o temprano es la palabra. Como un buzo con escafandra, debe salir a la superficie a través de una soga que alguien sostiene en la cubierta del bote. Ese alguien es quien interpreta la simultaneidad de símbolos que componen una Carta Natal y tiene la tarea de sintetizarlos para transmitir sus significados.
En ese encuentro entre el símbolo frente a nosotros y la necesidad de palabrizarlos, debemos ser respetuosos de la Unidad a la que se ligan y remiten. Que el Zodíaco sea un sistema de símbolos implica una estructura que se sostiene armónicamente y permite modelar el Cosmos. Sin un tal sistema faltaría una estructura en relación a la cual extraer interpretaciones válidas. Válidas en este caso significa interpretaciones no arbitrarias, desligadas de la Unidad/Totalidad de la que forman parte.
En esta segunda parada, podríamos decir que la astrología es un modo de interpretar el mundo que nos rodea y del que somos parte desde el simbolismo del Zodíaco y los Planetas del Sistema Solar.
Podríamos agregar ahora que gracias a esta múltiple operación simbólica la Astrología escapa al pensamiento lógico por vía del pensamiento analógico.
Todo lenguaje simbólico se apoya en una relación analógica entre algo que está ahí, frente a nosotros (el símbolo) y una multitud de posibles significados que podemos atribuirle guiados por relaciones de semejanza. El símbolo opera como un enlace entre cualidades universales, creando nucleos significativos alrededor de los cuales aluden las palabras que aluden a estas.
Lo interesante es que el símbolo, a diferencia de la palabra, no agota su significado en un concepto sino que se expande en una deriva que, en la medida que se respeten los límites que mencionamos, es inagotable. De todos modos, es fundamental aclarar que si bien su sentido no es unívoco, eso no significa que un símbolo pueda tener cualquier significado. Los símbolos de la astrología pertenecen a una estructura y deben respetar rigurosamente el principio de Unidad.
Mediante el pensamiento analógico es posible explorar correspondencias entre los signos y órganos o partes del cuerpo, colores, minerales, objetos, situaciones, profesiones, características psíquicas, físicas de una persona y etcéteras varios.
Acerca de esta forma de proceder escribe Aldo Mazzuccheli:
«Por ejemplo, en astrología, Marte se liga con el color rojo, luego con la sangre, luego con la violencia, luego con las heridas, luego con la guerra, luego con el hierro, luego con el valor, luego con el riesgo, luego con los músculos, luego con la voluntad, luego con la masculinidad, luego con los testículos, luego con la sexualidad masculina, luego.... Venus se relaciona con el color verde, luego con la naturaleza primaveral, luego con pasarla bien, luego con el descanso, luego con el placer, luego con un estado pacífico y perceptivo, luego con la receptividad, luego con la sexualidad receptiva, luego con la sexualidad femenina, luego.... La cadena parece infinita, y para una mentalidad analógica, es interesantísima y hasta divertida. Para una mentalidad poética, es preciso que las analogías sean bellas e iluminen nuevos sentidos. Para una mentalidad predominantemente científica o racionalista, a menudo todo esto carece de sentido.»
El instrumento por excelencia de la Astrología es el Zodíaco. De él surgen todos los significados.
Descripto de la forma más sencilla posible, consiste en un círculo dividido en 12 secciones (los famosos 12 signos pero además un número que encierra varias virtudes caras a la práctica astrológica) proyectado en el Cielo sobre una franja 8° por debajo y 8° por encima de la Eclíptica (la ruta aparente del Sol, vista desde la Tierra) sobre cuyo fondo de estrellas se nombraron las Constelaciones. Según nos cuentan, esto fue obra de Hiparco de Nicea sobre el siglo II A.C.
Parecería a veces un objeto celeste más, algo que estaba en el Cielo y fue descubierto alguna vez y hoy utilizamos como si siempre y sin pensarlo demasiado. Planteado así se asemejaría al encuentro de los/as humanos/as con el fuego: una herramienta provista por la Naturaleza que supimos aprovechar muy buenamente.
Sin embargo, el Zodíaco es más semejante a la electricidad: una tecnología humana que nos permite proezas imposibles de otro modo. Se trata de una construcción intelectual perfeccionada de la forma que llega a nuestros tiempos hace más o menos dos mil quinientos en Grecia, donde se fraguó su diseño a partir de los conocimientos heredados de las culturas de la Antigua Mesopotamia (Sumeria, Acadia, Babilonia, Asiria y Egipto principalmente). De Roma nos queda el nombre de los Planetas pero su trasfondo continúa siendo el elaborado en Grecia.
Ocurre que si bien el Zodíaco en abstracto es sumamente fértil para la comprensión de ciclos, no ofrece pistas acerca de la propia singularidad. Es necesario acercarlo a nuestro nivel humano (individual o colectivo) para que fructifique. Eso es lo que se hace al levantar una Carta Natal para la fecha, hora y lugar de nacimiento de una persona.
Al comienzo dijimos que «el sentido de las experiencias individuales y colectivas sobre la Tierra es simbolizado por la posición y el movimiento de los planetas en el Cielo de los planetas». Escribimos posición y movimiento ya que una Carta Natal puede verse simultáneamente «como-una-fotografía» o «como-un-fotograma». En el primer caso, interpretamos la imagen del Cosmos al momento del nacimiento de una persona y observamos qué cualidades de ese instante sagrado la envisten. Desde la Carta Natal es posible indagar, si las mismas surgen a la Consciencia o no, si son actuadas por la persona o proyectadas en su entorno o sus vínculos, cuáles son vividas con mayor afinidad y cuáles representan mayores desafíos. Todo esto y mucho más.
Pero, afortunadamente, el Universo continuó sonando su melodía después del instante del nacimiento de cada uno/a de nosotros/as. Y los planetas, a su vez, siguieron su danza cósmica. El tiempo que encarnamos al dar nuestro primer aliento forma parte de una gran trenza que se sigue tejiendo. Al interpretar este aspecto dinámico de la existencia podemos descubrir qué cualidades de tiempo cualifican el propio, revelando nuevos sentidos para las experiencias que atravesa(re)mos.
Respondiendo, entonces, a la pregunta del comienzo: la astrología es un lenguaje simbólico que dota de sentido a nuestra realidad, entendiendo que los fenómenos terrestres tienen un correlato celeste, y viceversa. Es una práctica que se apoya en la Unidad que subyace a todo lo viviente y aparentemente diverso que compone nuestra existencia, ligándonos profunda y significativamente con nosotros/as mismos/as (con nuestro verdadero Ser), a la vez que revelando significados para nuestras experiencias y claves que resignifican nuestros vínculos y nuestra forma de vincularnos.
M.S.
Villa Sarmiento, vísperas de Sagitario, 2019
Ingreso de la Luna progresada en C. IX
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