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Tiempo | Parte I

  • Writer: Matías Salomón
    Matías Salomón
  • Oct 1, 2020
  • 11 min read

Updated: Aug 20, 2021


Time defeated by Hope and Beauty, Simon Vouet - 1627

Tiempo, el Gran Misterio

La Astrología es un saber que trata acerca del ritmo de las cosas. De ahí que quienes la practicamos sostengamos (y podamos sostener, porque no se trata de un capricho esotérico al que nos aferramos) que el tiempo tiene cualidades y que a partir del Zodíaco podemos conocerlas y comprenderlas. No sólo eso: podemos abarcar estas cualidades conjuntamente entendiéndolas como fases de un ciclo.


Es por este motivo que la idea del tiempo con que opera la Astrología no se representa correctamente a través de una recta sino a través de una espiral helicoidal semejante al diseño de un resorte, un tornillo, una mecha de perforadora o de nuestro propio ADN (una espiral doble). La concepción del tiempo como una recta implica la idea de un tiempo líneal y homogéneo; para medir el tiempo, recortamos segmentos de esta recta y les llamamos años, siglo, eones y microsegundos; por ende, estamos convencidos de que «10 minutos son 10 minutos en cualquier reloj».


Sin embargo, si bien dar por descontado un común acuerdo concerniente al tiempo es y seguirá siendo comprobada y cotidianamente útil, podemos beneficiarnos al habilitar una mirada cualitativa acerca del tiempo.


El Zodíaco es la herramienta primordial para acceder a esta visión del tiempo y sus cualidades. La división del Zodíaco en 12 secciones nos permite identificar doce cualidades diferentes del tiempo. Doce fases que completan un ciclo. Pero antes de hablar de ciclos, y salirnos de la imagen habitual que tenemos acerca de él, es interesante detenerse en lo que representa el tiempo para la mayoría de nosotros.


Tiempo, el original

Pensar el tiempo es pensar la existencia. ¿Quién (¿Alguien alguna vez?) echó a correr el tiempo? ¿Cuándo? ¿Quién (¿o qué?) lo envistió de sus potentes cualidades? Hay algo que nos hace acatar sus designios pero no podemos explicarlo.


Tiempo, el masculino.

«El» acabo de escribir y seguiré escribiendo en los siguientes encabezados. En nuestro idioma, el tiempo lleva pantalones y camisa, o quizás solo pantalones, o tal vez anda desnudo para exhibir sus atributos y que nadie dude acerca de su masculinidad. La autoridad que delegamos o atribuimos al tiempo parece casi obligarnos a imaginar a un hombre, y muy posiblemente un hombre viejo. Una mezcla a medio camino entre sargento, relojero fanático y personal trainer; con una decena de cronómetros colgando sobre su pecho, tomando el tiempo de las cosas y el de cada uno de nosotros.


Que sea o no hombre puede ser -o parecer- una cuestión menor pero es sin dudas relevante que a lo largo de la historia no exista correlación con figuras femeninas con excepción del vínculo entre Crono y Rhea, los Dioses griegos, a quienes encontraremos pronto más abajo. Existe una relación de complementariedad muy significativa entre ellos pero cada uno representa dos aspectos diferentes del tiempo: Rhea tiene conexión con el verbo griego rhéoo, que significa fluir. Rhea fluidifica la lógica de Crono.[1]


Tiempo, el griego

La tradición de crear dioses a nuestra imagen y semejanza se ha forjado en las lejanías del tiempo.


Ocurre que tanto ha jugado «la ciencia» con el concepto de «el tiempo» que hoy se nos aparece mucho más objetivo, abstracto e inasible de lo que fue a lo largo de distintas épocas. Debemos hurgar un poco más bajo las alfombras de la Historia para encontrar la representación humana del tiempo y dejar de pensarlo como una constante que contiene acontecimientos. Debajo de las alfombras giegas, por ejemplo.


Para los que no conocemos la Mitología Griega en profundidad, ubicar a un Dios dentro de su árbol familiar resulta muy revelador. Esta contextualización aporta una asombrosa y muy abarcativa visión del Dios que se quiera conocer. Vayamos por el lado de Crono. En la Mitología Griega, Crono, hijo de Urano (el cielo) y Gea (la tierra) era considerado el Dios del Tiempo. Urano despreciaba a sus hijos (los titanes y los cíclopes) y por esa razón los mantenía ocultos en el vientre de su esposa. Así hasta que un día, una noche en realidad, Crono urdió un plan con Gea y mientras Urano dormía, castró a su padre con la célebre hoz que desde ese día lo acompaña, lanzó su pistola al mar (¡de allí surgió Afrodita!) y se convirtió en el Dios Supremo. Esto provocó la división del Cielo y la Tierra.


Tiempo, el padre

Con su esposa ¡y hermana! Rhea, Crono fue padre de Deméter (Ceres)[2], Hades (Plutón), Hera, Hestia, Poseidón (Neptuno) y Zeus (Júpiter). Pero ya estaba de sobreaviso y bastante preocupado: uno de sus hijos lo derrocaría como él a Urano así que para evitarlo adquirió la mala o no tan sana costumbre de comerse a sus hijos. Finalmente, Zeus, su sexto hijo fue el encargado de cumplir este vaticinio.


Con Fílira como madre, Quirón también es hijo de Crono.


A propósito de esto: el padre es (símbolo de) el límite, el mandato, lo instituido, la norma, la autoridad. El tiempo, por su parte, es visto como Padre de todas las cosas. Es comprensible que los hijos del tiempo deseen acabar con su padre ya que creen que, en caso de conseguirlo, se verían librados de su tiranía. Todos hacemos/intentamos hacer realidad la misma fantasía.


Tiempo, el romano

Retomando el hilo. En su apropiación de conocimientos y cultura griega, los romanos tomaron el Panteón de Dioses griegos, maquillaron un poco a Cronos y lo llamaron Saturno. En Roma, Saturno era venerado como el Dios de la agricultura y la cosecha. Mantuvo la hoz con la que los griegos contaban lo de la castración de Urano y lo tenían por un Dios más benévolo.


En diciembre, coincidiendo con el ingreso del Sol a Capricornio (Saturno es el planeta regente de Capricornio), realizaban en su honor unas festividades llamadas Saturnalias con banquetes públicos (y vino y música) en las que se subvertían los roles sociales. Se llega a contar que los esclavos mandaban a sus amos durante esos días. Diciembre era el mes del fin de las siembras y del comienzo del solsticio de invierno. El Sol comenzaba a ascender en su camino anual en el cielo y entretanto había que aguardar a la primavera para volver al trabajo en la tierra.


Las Saturnalias comenzaron al menos hacia el siglo V AC. La Iglesia Católica superpuso la fecha de nacimiento declarada de Cristo con los festejos y se adueñó de ellas para instituir las navidades. «Es cuestión de tiempo», habrán pensado al ver lo burdo que quedaba su pastiche.


Tiempo, el humanoide

No solo en mitología grecorromana queda la cuestión.


Al anciano de barba del cristianismo lo hemos inventado nosotros, apenas humanos, revirtiendo el discurso: decimos que nos ha creado de esta forma para justificar la imagen que tenemos de él. Necesitamos que sea así. Si no fuera como cualquiera de nosotros, solo que altísimo y poderoso, ¿cómo nos las arreglaríamos para interactuar con él? ¿Si Dios no es como es, cómo es?


¿Acaso no es esa también la forma más accesible para familiarizarnos con el Padre Tiempo? Cuando en las misas se alude al Dios-Padre-Todopoderoso, ¿de quién se está hablando en realidad? ¿Got ist Zeit, como argumenta Adan en Dark? [3]

Si respondemos SÍ, la única diferencia que se me ocurre entre ese Dios (en el relato del judaísmo y el islamismo la autoridad es también atributo de un Dios masculino) y el Dios Tiempo es a) que no podemos declararnos ateos (¿se puede no creer en el tiempo?) y b) que no contamos con intermediarios para acercarnos a él. No hay una Iglesia del Tiempo que ordene a sus Ministros.


Pero posiblemente debamos avanzar en el NO, al menos en el sentido de un Dios ahí-afuera-en-alguna-parte. Realizamos la vida encarnando tiempo. Cada uno de nosotros ES tiempo. Hacernos a la idea de SER tiempo y de que el tiempo no contiene vida sino que la vida contiene tiempo es una de las grandes patadas al tablero del sentido común que da la Astrología.


Pero como nos consta, el paradigma sobre el que interactuamos habitualmente con él es el de un tiempo ahí afuera así que sigamos explorándolo.


Tiempo, el mensurable

El tiempo nunca fue descubierto sino que siempre estuvo (en nosotros y en la Naturaleza) hasta que nos lanzamos a la búsqueda de formas de medirlo creyendo entonces descubrirlo y sin conocer las consecuencias que tendría nuestra cacería.


Indiscutiblemente, el tiempo tiene su faz cuantitativa, y los humanos hemos venido explorándola hasta la masmédula desde la Antigüedad (sea lo que sea «la Antigüedad»). De allí que hayamos podido desarrollar tan asombrosas formas de medirlo. Como resultado de nuestra fascinación (¿obsesión eterna?) por dar con formas cada vez más precisas de lograrlo, sea en función de nuestras investigaciones científicas o por puro entretenimiento, hemos inventado artefactos que miden «el tiempo» y a continuación los hemos convertido en los tiranos más crueles e indolentes.


Tiempo, el del reloj

No estaría mal inaugurar una nueva era: A. del R. y D. del R. La invención del reloj y todo su fetiche demuestran que los últimos 500 años, al menos en Occidente, han sido otra historia muy distinta de la que venía siendo.



A dance to the music of Time, Nicolas Poussin - 1634/1636


Desde el siglo XV en adelante el símbolo por excelencia del tiempo es el reloj. Ha permanecido intacto casi tal como lo conocemos. A cuerda, de péndulo, de cuarzo, digitales y hasta atómicos: una compleja máquina de precisión que mide «el tiempo» objetivamente dando «la hora» para todos. Lo que comenzó siendo un privilegio de pocos, en poco tiempo recorrió el camino democratizante que puso uno en cada casa, en cada bolsillo, en todas partes; una especie de fenómeno semejante y contemporáneo es pensar lo que significaba un televisor LCD de 40” hace 15 años y lo que significa hoy.


El reloj es implacable. El sentido de sus agujas señala un único movimiento posible: siempre hacia adelante. Arriba, a trabajar, mi hermano/a; a la escuela, pequeñín.


Cualquiera identifica el «sentido horario» y el «sentido antihorario», pero este acuerdo tan universal a nivel planetario trasunta la hegemonía del Norte. En ese sentido giraban los relojes solares en el Hemisferio Norte, y al inventarse el reloj de agujas se replicó esa perspectiva. En cambio, los relojes solares en el Hemisferio Sur giraban y giran hacia la izquierda. Desde el 21 de junio de 2014, el reloj que se encuentra en la Plaza Murillo de La Paz, Bolivia, tiene los números invertidos y sus agujas giran en sentido opuesto, reivindicando el Sur.


Tiempo, el del calendario

El desarrollo de calendarios fue toda una faena a la que las culturas antiguas dedicaron muchos días y muchas noches.

Tuvimos la mala fortuna de heredar el calendario europeo, acerca del cual es muy interesante leer en este enlace. El problema no es tanto el calendario como artefacto sino la cosmovisión de ese calendario implantada en nuestro Hemisferio Sur, que nos marca un ciclo de 12 meses desencajado de toda lógica natural. En Bolivia principalmente, pero también en el Sur de Perú y Norte de Chile, el 21 de junio se celebra el año nuevo Andino Amazónico, el Willkakuti, acoplado al solsticio de invierno, que representaba el fin del ciclo agrícola.

Así hoy: en el calendario gregoriano, somos diciembre del año 2019; en China, año 4716; en el calendario aymara, el 5527; en el maya, el 5132; en el budista, el 2562; en el hebreo, el 5780 y para los musulmanes el 1441.


Tiempo, la mercancia

Trabaja, joven, sin cesar trabaja.


Desde siempre una parte importante del valor de un producto la constituye el tiempo empleado en su elaboración/producción. El tiempo nos permite también definir lo artístico. Según este criterio, es arte todo aquello que requiere más tiempo para su creación que para su consumo, disfrute o goce.


Lo novedoso es lo ocurrido durante los siglos XIX, XX, XXI: merced a nuestra cultura del trabajo crono-metrado hemos vuelto al tiempo libre una mercancía. Mejor dicho, hemos creado la ilusión de que es una mercancía que podemos tener o no y además cuantificar. Si tenemos tiempo libre, entonces sabemos de cuántas horas o minutos disponemos exactamente y queremos aprovecharlo inteligentemente. El tiempo libre se ha independizado del tiempo en sí. Es otra cosa, externa a él. Tener tiempo de ocio, esparcimiento, recreación puede ser tanto un privilegio para un trabajador como una maldición para un desempleado que «no sabe qué hacer con su tiempo» y necesita colocarlo en el mercado.


El famoso «Time is money» tiene otro sentido además del ultracapitalista que habitualmente se le concede. Tiempo y dinero son la misma cosa: abstracciones de la realidad. Al idear el tiempo se creó la posibildad de medirlo independientemente y no en relación. Es dable suponer que los paisanos conocieran la duración del embarazo de dos hembras de distinta especie, digamos una cabra y una vaca, en relación del de una al de la otra, o en relación al ciclo de lunación: tantas lunas, dirían; o en relación a sus cosechas, o vaya uno a saber. De forma semejante, al crear una nota que hacía referencia a cierto valor de respaldo dejó de importar cuántos chanchos valía un caballo y a primar el número escrito o impreso sobre la misma.


Tiempo, el superhéroe

En la actualidad alternamos la visión actual del tiempo mercancía (su máscara metálica/mecánica) con la del dios tiempo de la antigüedad (su máscara divina/humana):


hablamos de tener o no tener tiempo

de perder el tiempo

de ganar tiempo

de inventarlo

lamentamos que nos falte o no nos alcance o celebramos que nos sobre, tiempo

el tiempo no pasa más o se vuela; o se escurre.

decimos que el tiempo todo-lo-cura.

Tiempo, el antagonista

Debajo -o detrás- de la neurosis colectiva que todos diagnosticamos afuera pero nos cuesta asumir y salvar internamente, hay un profundo conflicto con el tiempo: la certeza de morir tarde o temprano “por su culpa”.


Tiempo, el envolvente

La mayoría de las referencias temporales en la que nos apoyamos para orientarnos en este estar vivos son in-significantes en el sentido más literal de la palabra. Observándonos y observando a nuestro alrededor, vemos el camino trazado para todos, el de nacer, crecer, madurar, envejecer y partir.


Cada especie animal, vegetal, mineral tiene cierto acuerdo marco con el tiempo. Compadecemos a las mariposas porque «viven un solo día» pero no veo una piedra o un árbol llorándonos. Nuestras mascotas, casi por regla, entran y salen de nuestras vidas marcando segmentos. Lo mismo nuestros padres, madres, tíos, abuelos, abuelas, tías, tíos, amigos, amigas, hermanos y hermanas. Cada uno es tiempo para los otros. Apoyados en ese observar creemos conocer esos 80, 90 años arquetípicos del niño, el joven, el adulto y el anciano. Mientras vivimos una etapa evocamos las anteriores o imaginamos las restantes.


Además, los checkpoints parecen estar ahí, a la vista de todos, llámeselos estudios (primero escolarizarse, ¡luego hacer una carrera ni más ni menos!), pareja, trabajo, auto y/o casa, hijos, canas, arrugas, viajes, dolores, jubilación.


Creemos que todos recorremos la misma pista, pero sostenemos una contradicción ya que a juzgar por lo que ocurre en el mundo, no todos merecemos la misma pista. Más que un óvalo, la existencia parece arrojarnos a esas carreras de campo traviesa en las que los corredores se lanzan atolondrados hacia adelante sin tener un recorrido diseñado de antemano. Deben llegar de A hasta B, sea como sea.


Tiempo, el inmortal



Si lo vemos fuera, el conflicto es que él es inmortal y nosotros existimos apenas un rato. Saber al tiempo tan soberano provoca miedo. Y el miedo, como enseña Jiddu Krishnamurti, genera violencia. Nos enfrentam os a él.


Nos gobierna una idea muy simple acerca de la vida: se trata de una carrera, perdida de antemano, contra el tiempo. El ProDe paga bárbaro al que se salve del descenso. Pero hasta ahora nadie ha cobrado el premio.


No olvidemos que La Parca comparte con Crono la tenencia de la hoz. La hoz cumple jornada doble: de día, el trabajo; con el ocaso, cambia de mano y gestiona los check outs.


La Parca, Antonio García Vega


Tiempo, carrera contra el

La medición del tiempo en el deporte, donde las marcas record dependen de centésimas de segundo, alimenta la idea de estar en una carrera contra el tiempo. La meta última es bajar esos tiempos. El panorama no es muy distinto en otros ámbitos de nuestra vida.

Tiempo, el pura sangre

Allí vamos, montándonos a él y andándolo con mediano goce mientras tanto, a la espera del último día. El corcel cabalga incansable y por nada se detiene. Atrás queda el pasado, delante viene el futuro. ¡Anticipémosnos! A veces, de tanto que fallan nuestros pronósticos (ni del estado del tiempo puede uno fiarse) cultivamos el aquí y ahora pero de tanto que nos rodea «el aquí y ahora» por todas partes y en boca de todos lo transformamos en una consigna hueca que funciona o bien como trinchera espiritual o como un sedante empalagoso.


Tiempo, el aliado

Ser humano es encarnar tiempo. Estar vivo es ser tiempo. Constante, calmo, implacable. Potente, elegante, inflexible. Justo, ecuánime, personal y universal.


Él no tiene ningún interés en pelearse con nosotros. Nada, cero. Si vemos en él al enemigo estamos sintonizando mal. Él es el que nos acerca al día de morir, pero también el que nos trajo a la vida. Es el que la corta, pero también el que la empieza. El que quita pero el que da. El que se lleva, pero también el que trae. Siempre tenemos posibilidad de amigarnos con él. Admirarlo, elogiarlo, adorarlo. Celebrarlo, contemplarlo, alabarlo. Reconocer su talento único y sus cualidades.


Aliarnos con él. Darnos cuenta que somos una misma cosa.


12º Sagitario, 2019

[1] Para un análisis exhaustivo del tema: Jorge Bosia, Las regencias Femeninas, Trenkehue, 2019 [2] Entre paréntesis se dan los nombres romanos. [3] «Hemos declarado la guerra al Tiempo. Le hemos declarado la guerra a Dios. Estamos creando un nuevo mundo, sin tiempo, sin Dios. Lo que la gente ha adorado durante milenios, el dios que mantiene unidas todas las cosas, ese Dios no es otra cosa más que el tiempo mismo. No una entidad que piensa y actúa sino una ley de la física con la que podemos negociar tan poco como con nuestro destino: Dios es Tiempo»



 
 
 

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